María Benítez Tapia y Su Quinceañera
Millones de personas cruzan la frontera de Estados Unidos con la ilusión de una mejor vida. Algunos llegan obligados por las circunstancias de extrema pobreza que viven en su país de origen, otros contratados por empresas americanas y muy pocos, como María Benítez Tapia, sin proponérselo. Pero todos con un común denominador, hacer de sus sueños una realidad.
He querido compartir con los lectores la historia de María Benítez Tapia, que nació en 1922 y setenta años después la vida la ubicó, al lado de su esposo, en una nueva patria, los Estados Unidos.
María nació en Guadalajara, Jalisco, y su esposo, Juan Laverde Paul, en Bogotá, Colombia, en 1906, pero muy joven emigró a Nueva York y pronto adquirió la ciudadanía estadunidense.
María y Juan se conocieron en la ciudad de México a donde él se había trasladado a causa de sus actividades comerciales. Una vez casados, los dos administraron un próspero negocio de curtido de pieles que él había instalado y que les permitió vivir dentro de una holgada situación económica hasta que una severa crisis económica, en el final del gobierno del presidente López Portillo en 1982, los hizo perder todo su patrimonio.
Un gran y eterno amor
“Mi esposo amaba a Estados Unidos, pero vivimos en México porque allí formamos una familia, allí nacieron nuestros hijos Héctor y Catalina y allí luchamos los dos por más de cuarenta años para forjarles un futuro. Lo logramos… sacamos a nuestros hijos adelante pero a nosotros la suerte nos cambio ya de viejos,” cuenta María.
“Lo único que nunca me podré arrancar de la vida – nos platica – es el gran amor de mi esposo. Fue el amor de mi vida; él llegó a México como empresario y representante de empresas fabricantes de calzado y de curtidoras de cuero así como del gobierno de Estados Unidos, porque en ese tiempo había un convenio de ayuda entre ambos países para mejorar la tecnología en el curtido de pieles.”
Cuando María conoció a Juan era viuda con tres hijos de 1, 2 y 3 años, y era dueña de una farmacia lo que le permitía mantener a sus tres hijos y a su madre. “Juan era mi cliente, pero lo curioso es que no iba a comprar medicinas para él sino para sus perros y caballos,” cuenta muy risueña nuestra entrevistada.
Pronto iniciaron una relación sentimental, se hicieron novios y apenas dos meses después de haberse conocido María y Juan decidieron casarse. El cambio para ella fue radical. Atrás quedaba un pasado tormentoso y una viudez causada por el asesinato de su primer esposo a causa de asuntos políticos. Juan, por su parte, dejó su soltería después de tres fracasos matrimoniales. La moneda estaba en el aire y sería el destino el que decidiría.
“Nada evitó que nos enamorarnos. Iniciamos una vida llena de retos y sueños que nos mantuvieron juntos hasta que Juan murió a los 89 años en Texas, a donde habíamos ido al perder nuestra empresa y propiedades,” afirma con gran tristeza. “Derrotados económicamente y con mi esposo muy enfermo llegamos a vivir a Estados Unidos que nos recibió con los brazos abiertos.”
“Me considero muy afortunada porque gracias a los beneficios sociales que tenía mi esposo como ciudadano y que yo, como su viuda, podía compartir, logré confrontar los problemas económicos que surgieron después de su muerte,” afirma nuestra entrevistada.
Gracias a esos beneficios del gobierno, hoy María tiene derecho a rentar una vivienda a bajo costo y a llevar una vida modesta pero muy digna.
“La verdad nunca pensé que las cosas fueran tan bien para mí,” afirma María. “Gracias a Dios tengo a mis hijos, pero además la ayuda del gobierno americano. En México a los viejos nos hacen a un lado y nos dejan morir solos, pero aquí en los Estados Unidos, tengo muchas amigas y amigos y mi departamento para mi solita. Cuando perdimos todo yo pensé que mi vida iba a ser un desastre, pero gracias a mis hijos, Héctor, que me cuidó en Texas cuando llegué de México y quedé viuda y a Catalina que también vive en Phoenix y está pendiente de mi situación, vivo en plenitud. De mis otros tres hijos… dos ya murieron y uno hace años que no lo veo,” dice con tristeza.
Feliz quinceañera
Hace unos meses, María vivió un episodio que la llenó de emoción y vigor, el cual narra entusiasmada: “La vida me ha sonreído ahora de vieja, y con ochenta y nueve años, pude cumplir mi sueño de ser una quinceañera,” dice emocionada. “Nunca pude festejar mis quince años porque mi madre era muy pobre y yo veía con mucha tristeza que otras niñas sí podían celebrarlo. Crecí con esa ilusión frustrada y nunca pensé que a la edad que ahora tengo mi sueño se haría realidad.”
Un día llegaron al edificio donde vive María unas señoras para invitarla a ser parte de la celebración las “Quinceañeras de Oro.”
“Querían darnos una fiesta de quince años a todas las viejitas que vivimos allí y que nunca los habíamos festejado,” dice. “Nos compraron el vestido a nuestro gusto, yo escogí uno color champagne, nos dieron nuestro ramo y nos arreglaron como verdaderas princesas. Ensayamos el vals durante dos semanas y el día de la fiesta tuvimos nuestro chambelán. Mi sueño de festejar mis quince años fue una realidad. Lo celebré con mis hijos, nietos, bisnietos y mis amigos… ¡Fue increíble!”
María y otras quince “Quinceañeras de Oro” desfilaron, bailaron y dieron su mensaje de amor y agradecimiento a todos sus familiares. El marco de su sueño fue un salón de fiestas cubierto de flores y arreglos de quince años, mariachis y una gran cena. “Fue algo que nunca me esperé,” platica con lagrimas en los ojos. “La vida me dio y me quitó muchas cosas… pero todo ha valido la pena; me trajo a Estados Unidos para recibir este extraordinario regalo casi al final de mis días. Estados Unidos me abrió sus abrazos y me festejó. Ya me puedo morir en paz. Mi sueño se hizo realidad.”